FERNANDO BARRAGÁN MEDERO (1) |
Masculinidades y Género
Los mecanismos culturales y sociales utilizados para demostrar que se es un hombre de verdad varían notablemente en función de la época histórica, la clase social, la etapa evolutiva y la cultura de referencia –especialmente- por la forma de entender la contraposición entre lo masculino y lo femenino. Asimismo guarda una relación directa con el sistema de producción, los valores y las normas que cada cultura considera deseables.
La masculinidad patriarcal se define básicamente por tres aspectos: La separación de los chicos de la madre para evitar la contaminación de comportamientos, actitudes y valores femeninos; la segregación desde edades tempranas para diferenciarse de las chicas y la reafirmación de la heterosexualidad por negación de la homosexualidad (Badinter, 1993).
Desde un punto de vista antropológico podemos constatar tres aspectos básicos con relación a la construcción de la masculinidad. El primero de ellos, es que la mayor parte de las sociedades conocidas generan mecanismos de diferenciación en función del género. El segundo es el hecho de que la feminidad no se construye, la masculinidad sí, y además hay que demostrarla. Por último que existen diferentes concepciones de la masculinidad –distintas de la patriarcal- por lo que debemos hablar de masculinidades.
Los mecanismos de segregación y de diferenciación –sociales y educativos- son reproducidos por los grupos e instituciones de poder que intentan legitimarlas diferencias que se establecen entre hombres y mujeres.
En cuanto al segundo aspecto, diferentes autoras y autores se han ocupado del tema (Mead, 1981; Gilmore, 1994; Mathieu, 1996; Lagarde, 1994) demostrando las diversas formas que adoptan las culturas y los ritos de construcción de un hombre más allá de los elementos de diferenciación biológica.
Las características que definen la masculinidad tanto en la vida privada como en la vida pública varían notablemente de unas culturas a otras e incluso pueden ser totalmente contrapuestas.
Entre algunas de las culturas estudiadas se establece una relación directa entre la biología y la construcción de la masculinidad o la feminidad. Así para los sambia, quienes tienen una concepción dimórfica de la maduración sexual quereside en la fisiología, existe un órgano interno denominado tingu que convierte progresivamente a las niñas en mujeres. El tingu de los chicos –por el contrario- es débil y necesita semen para crecer (Gilmore, 1994).
“Entre los gimi de Nueva Guinea, donde se puede decir que la fisiología es una parte creada, el estado ideal de masculinidad total, alcanzado gracias a los ritos, se hace a partir de la unión de los opuestos sexuales, pero bajo una forma masculina (Gillison, 1980). Esta apropiación por los hombres de los poderes biológicos femeninos alcanza a las propias substancias femeninas: para los gimi, la sangre menstrual es el esperma del hombre “muerto” y transformado; para los baruya (Godelier, 1982), la leche de las mujeresnace del esperma de los hombres” (Mathieu, 1996, 667).
La caracterización de la masculinidad puede realizarse por la expresión de la sexualidad o la autosuficiencia económica en las culturas mediterráneas, por ritos en los que es necesario soportar el dolor físico como es el caso de Papua Nueva Guinea (Gilmore, 1994) o por la competitividad, la búsqueda de experiencias de riesgo, el consumo de tabaco y alcohol (Harris, 1995) -entre otras muchas posibles- en la denominada de forma excesivamente homogénea cultura occidental. Resulta pues difícil poder establecer un conjunto de invariantes que caractericen la construcción de la masculinidad de forma universal, en especial si consideramos la diversidad de variables y los valores asociados a ellas.
Una primera afirmación que podemos hacer es que la masculinidad es un fenómeno cultural frente al hecho de ser un hombre entendido en términos biológicos, lo cual nos obliga a plantear la distinción entre el sexo y el género.
El género como construcción cultural implica tomar en consideración tres estructuras básicas: Trabajo, poder y catexis (Connell, 1987) y los grados de fuerza, alcance y jerarquía. A diferencia del autor mencionado que incluye la sexualidad en el concepto de catexis, sostendremos que es la sexualidad la que explica al género y no a la inversa.
Plantear la diferenciación en función del género requiere también establecer una relación entre sexualidad y género para explicar como los procesos de socialización primaria y secundaria generan mecanismos de construcción conceptuales, sistemas explicativos de lo que debe entenderse –al menos de forma ideal- por la masculinidad y la feminidad. MaCkinnon (1982) “… funde por completo las dos categorías al sostener que el género se halla conformado por la sexualidad, mientras que la sexualidad se encuentra amplia, si no totalmente, determinada por el género. Pero “es la sexualidad la que determina el género y no a la inversa” (Osborne, 1991, 139).
En consecuencia, una cuestión crucial es que si existen diferentes masculinidades, ¿cómo se establecen las relaciones entre ellas?, y ¿cómo se transmiten o tratan de perpetuarse en el curriculum de las instituciones educativas?.
“Los hombres, señala Marcela Lagarde (1994, 415-416), ejercen poderes de dominio sobre otros hombres por la competencia entre ellos para ser superiores, exitosos, y porque cada uno lucha por acaparar poderío para sí mismo” (…) Pero, los hombres tienen sobre todo, la legitimidad para dominar a sus enemigos”…
(1) Director en España del Proyecto Arianne junto con Amparo Tomé. Profesor Titular de Didáctica y Organización Escolar. Departamento de Didáctica e Investigación Educativa y del Comportamiento. Centro Superior de Educación. Campus Central, Avda,Trinidad s/nº, 38204 La Laguna Universidad de La Laguna, Islas Canarias España. fbarraga@ull.es